Llamados a amar y a perdonar

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Los pensamientos que asaltaban la mente del fariseo que había invitado a cenar al Señor, tenían que ver con el por qué una prostituta le tocó al ungirlo y ponerle perfume como acto de adoración. Jesús le responde, contándole una historia respecto a un hombre que prestó dinero a 2 personas. A una le presta 500 piezas de plata y a la otra 50. Sin embargo, ninguna de las 2 personas pudo devolver el dinero y éste hombre, le perdona la deuda amablemente a ambas. Jesús le pregunta al fariseo: ¿Quién crees que lo amó más? Y él le responde: Supongo que la persona a quien le perdonó la deuda más grande. El Señor le dijo: Correcto.
Una mujer arrodillada que lavó los pies del Señor con sus lágrimas y los seca con sus cabellos, es un hermoso cuadro de adoración y gratitud que hizo que Jesús la alabara. Nadie en esa casa lo había saludado con un beso y lavado sus pies al ingresar como era la costumbre, pero ella se robó todas las miradas, por su hermoso gesto de amor y gratitud con el Señor.

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El amor y el perdón que el Señor muestra hacia sus hijos, no tiene comparación. Una prostituta restaurada, que por primera vez alguien la alaba y no la usa como objeto sexual, sino que le muestran un amor que no compra el dinero del mundo. Por esa razón era tanta la gratitud en su corazón, que no cesaba de besar los pies del Señor. Es que sólo aquel que se siente inmundo y sucio por los pecados cometidos, al momento de sentirse perdonado, es libre del cautiverio para así poder perdonar mucho. Al igual que por sentirse muy amada, aquella mujer ahora amaba mucho. Qué gran tarea la que tenemos entonces los hijos de Dios: Perdonar y amar, a todo aquel que nos ha hecho mucho daño, porque nuestro padre eterno nos ha amado y perdonado primero. Pienso en lo cautivo que estuve por muchos años siendo un adolescente. Me golpeó emocionalmente la separación de mis padres, que me costaba perdonar a mi padre. Sólo el amor de Dios puesto en mi corazón pudo remover las piedras del resentimiento y del odio. Me sentía tan pleno, que cuando el amor de Dios me tocó, no tuve ningún obstáculo en acercarme y cambiar el trato hostil que antes tenía hacía mi padre, porque mi Padre eterno me modeló amar y perdonar.

Allí está el secreto. No te cierres a perdonar ni mendigues el amor de nadie. Dios es fuente de amor y perdón para ti. Sólo búscalo y pide que inunde tu corazón a plenitud. Recuerda que Dios no ha terminado contigo. Suscríbete a este blog y recibirás notificación cada vez que suba una nueva entrada. Reenvía el enlace de ésta reflexión a tus amigos y familiares. Deja tu comentario al final del blog. Abrazo fraterno para todos y feliz inicio de semana.

Pr. José Ángel Castilla

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