Un ataque desbordado de ira puede ocasionar una tragedia familiar. De pequeño vi muchas veces a miembros de mi familia reaccionar impulsivamente y llenos de ira, llegar a la violencia. Aún en eventos aislados de niñez y adolescencia, ese patrón marcado en mi familia, buscó dejar huella en mi, logrando reacciones desafortunadas y negativas hacia mi entorno inmediato, de la cual muchos años después, hoy me arrepiento.
La ira no conduce a nada distinto que hacer daño. Ella es un fruto de la carne, que necesita ser crucificada y controlada. No podemos hacer caso ni obedecer a nuestros instintos mas bajos. Dominados por la ira, hombres han golpeado a sus esposas, padres han agredido y violentado a sus hijos y otros le han quitado la vida a sus semejantes. Todo por un segundo de ceguera y descontrolada reacción violenta.
Detrás de la ira se esconden sentimientos reprimidos y mucho rencor que necesitamos sanar y liberar prontamente. Continuar fingiendo que no está pasando nada, es engañarnos a nosotros mismos. Debemos ir a la raíz del problema que causa esas reacciones violentas y pedir intervención divina y humana. Buscar a un mentor a quien le compartamos lo que sucede, ayuda mucho.
Necesitamos asumir una actitud humilde y reconocer que somos iracundos y rendir nuestra voluntad y pedir al Señor que intervenga nuestro carácter cada día, más y más parecido al suyo. También ser pacientes frente a lo que no podemos controlar y buscar apaciguar el corazón. Aléjate de personas agresivas y tóxicas, que te aconsejan mal. Renuncia a todo pensamiento que te invite a hacer daño a los demás y pide perdón a Dios y a la gente a la que le ha tocado sobrellevarte.
Recuerda que Dios no ha terminado contigo. Suscribete a este blog y recibirás notificación cada vez que suba un nuevo artículo. Comenta y comparte con otros amigos y familiares el link de este mensaje. Abrazo fraterno para ti. Feliz fin de semana.
Pr. José Ángel Castilla