Al otro lado del lago de galilea, las multitudes recibieron a Jesús porque lo estaban esperando. Se encontraba allí un hombre llamado Jairo, líder de la sinagoga local, que se le acerca y cae a sus pies, mientras le ruega que lo acompañe a su casa, porque su única hija, que tenía unos doce años, estaba muriendo. Mientras Jesús iba con Jairo, las multitudes lo rodeaban y UNA MUJER DE LA MULTITUD se le acercó por detrás y le toca el fleco de su túnica. Ella llevaba doce años de padecer de una hemorragia continua y había gastado todo su dinero en medicinas sin obtener ninguna cura. Jesús preguntó si alguien lo había tocado porque sintió que poder salió de él, para sanar la enfermedad de aquella avergonzada mujer, pero llena de fe. Al instante, luego de tocar el fleco de la túnica del Señor, la hemorragia se detuvo.
No fue el vestido el milagroso, sino quien lo llevaba puesto. Era tal la vergüenza que esta mujer tenía, que pudo más su fe en creer que el autor de su milagro, caminaba entre la multitud. Esta mujer dejó a un lado la pena, se adentró por encima de las personas que se encontraban más cerca del Señor y fue sana inmediatamente de su flujo de sangre. Así mismo sucederá con tu enfermedad, padecimiento, dolor o malestar físico que padezcas. Cierra tus ojos y toca el borde del manto de Jesucristo con tus palabras y tus manos. Cree ciegamente que por sus llagas, estás completamente sano y curado de todo azote de enfermedad, en su nombre poderoso y santo. La mujer se dio cuenta de que no podía seguir oculta y temblando de asombro, cayó de rodillas frente a Jesús. A oídos de toda la multitud presente, explicó por qué lo había tocado y cómo había sido sanada al instante. La fe en Cristo le regaló a ésta mujer la sanidad que llevaba doce años esperando.
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Pr. José Ángel Castilla