La época más hermosa del año llegó.

Hoy se encienden las luces de muchos árboles navideños y cuanta decoración la creatividad nos permita colgar sobre paredes, ventanas, postes y así hermosear la temporada más hermosa del año, en nuestras ciudades y hogares, alrededor del mundo. Si bien Jesús nació y se hizo: cien por ciento hombre, concebido por la poderosa obra del Espíritu Santo de Dios. El Cristo eterno, cien por ciento Dios no nació, porque el es eterno. He allí la verdadera razón de ésta temporada.

Hollywood nos ha vendido una falsa Navidad con gnomos, duendes, fábricas de juguetes, trineos, santas obesos y un espíritu casi mágico, muy opuesto a la verdadera y genuina razón por la que celebramos. Nunca polemizo al respecto de ningún tema y contadas veces utilizo este medio para ello. Pero hoy al iniciar esta temporada decembrina, quise meditar en la razón, por la que celebramos y recordamos la navidad a la luz de la Biblia. No hay trineos volando, ni fábricas de juguetes en el polo Norte. Hay un pesebre, donde nació el mayor de los regalos: La salvación de toda la humanidad a través de Cristo Jesús.

Jesús nació en nuestros corazones, el día en que le permitimos entrar y morar allí para siempre. A los suyos vino, pero ellos no le recibieron. Nosotros siendo gentiles creímos y por esa razón nos hemos hecho hijos del Rey. Él ejerce ahora gobierno sobre nuestra voluntad, emociones y sentimientos. Si lo llamas Señor, el es el dueño de tu vida y de todo lo que tienes. Permite que esa luz 💡 de Jesús, brille a través de ti y alumbres los corazones apagados de muchos en esta temporada.

El ha sido fiel en la época más dura que el mundo moderno haya conocido. Poco a poco nos levantamos y seguimos confiando en que todo estará bien bajo el dominio y control del Señor. No olvides que tú y yo somos lámparas encendidas y también la sal que le da la sazón, que el mundo necesita. Recuerda que Dios no ha terminado contigo. Suscribete a este blog y recibirás notificación a tu correo electrónico, cada vez que suba un nuevo artículo.

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Pr. José Ángel Castilla