Todo lo bueno proviene de Dios. No hay forma que de su corazón provenga lo malo. Debido a la naturaleza espiritual caída del hombre, no se puede esperar de nuestro corazón lo bueno. Por tal razón es que el hombre necesita de la intervención divina, a través de la redención y la salvación, dados en la persona de nuestro Señor Jesucristo. Él es un Rey que no cambia, no muda, ni en él hay sombra de variación. Lo que el ha dicho es verdad, es fiel y se cumplirá. Por eso debemos aprender del Señor, que así como el cumple lo que promete, tambien nosotros debemos sostener la palabra que prometemos. ¿Cuántas promesas incumplidas a Dios y a los demás, llevas en tu récord amado lector? La bondad de Dios es constante. El apóstol Santiago nos enseña acerca de la inmutabilidad de Dios, es decir, que no puede cambiar. La explicación a ésto, es la comparación a la perspectiva que tenemos del sol. Es eclipsada, se desplaza, proyecta su sombra, sale y se oculta, aparece y desaparece cada día; así mismo en Dios no hay sombra de variación, como si lo tiene el sol.
Con Dios espiritualmente hablando, Él es la luz misma, es decir, no hay tinieblas en lo absoluto. Dios es inmutable en su naturaleza, sus perfecciones, sus propósitos, sus promesas y sus dones. Siendo santo no puede desviarse ni inclinarse hacia lo malo. La fuente de luz no puede ser la causa de la oscuridad. Como toda buena dádiva y don perfecto viene de Él, el mal no procede de Él, ni mucho menos Dios puede tentar a hacer lo malo a nadie. Como Dios no cambia, él es el mismo ayer, hoy y por los siglos. El Señor no necesita madurar, ni crecer o progresar. Aferrate a un Dios fiel y constante que nunca mentirá. Recuerda que Él no ha terminado contigo. Suscríbete a éste blog y recibirás notificación cada vez que suba un nuevo artículo. Comparte el enlace de éste mensaje con tus amigos y familiares. Abrazo fraterno para todos.
Pr. José Ángel Castilla