
En artículos anteriores he compartido lo difícil que es perseverar en los caminos del Señor, pero también en el llamado que el un día me hizo. Hace algunos años recibí un regalo de alguien muy especial para mí vida y la de mi familia. Era un pequeño listón de madera con la palabra: ESCOGIDO. Ese regalo lo conservo con mucho cariño, porque siempre me recuerda, que el Señor me sacó del lodo cenagoso y afirmo mis pasos. Él no me escogió por ser el mejor ni el más bueno. Su misericordia me alcanzó, me buscó hasta encontrarme donde estaba sumido en el dolor y el resentimiento. Jesús vino a buscar y a salvar aquello que se había perdido. Hoy dedico ésta reflexión a todos los que se han sentido perdidos, desanimados y se han desenfocado de su llamado, olvidando que en Cristo tienen una nueva identidad que necesita ser retomada una vez más. A ti que perdiste la dirección, el valor o tú propósito, te recuerdo que Jesús vino por ti, de manera tan personal y única. El conoce tu nombre porque eres valioso para Él.

No es una casualidad que el Señor haya venido por nosotros, fue su plan, porque el vino a buscarnos y a rescatarnos. Muchos nos han abandonado en el tiempo, otros nos han ignorado, y quizás alguien más nos desechó y cambio por alguien más, pero Jesús nos identificó como un valioso tesoro perdido y se fue tras nosotros para encontrarnos. Él no esperó a que lo encontráramos; Él vino a nuestro encuentro. Bajó del cielo a la tierra para entregar su vida por nosotros. Aunque nos alejemos, tropecemos o caigamos en el hueco más profundo, Él nunca dejará de buscarnos. La cruz fue su misión y era la de rescatarnos y salvarnos del pecado, del dolor y de toda condenación que nos separaba del Padre. Si Él nunca se rindió, tampoco lo hagamos nosotros. Él pagó el precio y abrió el camino. Lo que parecía perdido, tiene solución. ¡Dios escribió en la Cruz del calvario, una historia de redención para cada uno de nosotros! Recuerda que él no ha terminado contigo. Abrazo fraterno para todos.
Pr. José Ángel Castilla.