El Señor exhorta a los fariseos luego de ser cuestionado respecto a la procedencia de su poder para liberar a los endemoniados. Por eso les dice: »A un árbol se le identifica por su fruto. Si el árbol es bueno, su fruto será bueno. Si el árbol es malo, su fruto será malo». ¿Cómo pedirle a un árbol enfermo que produzca buenos frutos? De lo que abunda en nuestro corazón, será lo que hablará siempre nuestra boca y determinará lo que decimos. Necesitamos entonces pedirle al Espíritu Santo de Dios, que consuma esos deseos malvados del corazón, que buscarán siempre llevarnos a hacer lo perverso, lo malo y lo incorrecto. ¡Camada de víboras! Así confrontó y desenmascaró Jesús la hipocresía de los fariseos, que vivían una doble vida espiritual. Una que le ocultaban a los hombres y otra la que intentaban mostrarle a Dios.
Somos entonces el fruto del tipo de semilla que se ha sembrado en nosotros. De todo lo que hacemos, lo que decimos y las decisiones que tomemos, le daremos cuenta un día a nuestro Padre celestial. Por eso nuestras palabras tienen poder para crear o destruir, abrir o cerrar puertas y condenarnos o entregarnos eternidad. La Palabra es vida para todo aquel que la recibe como fuente eterna y cimiento para construir nuestras casas espirituales. ¿Cuáles son entonces los tesoros de tu corazón? Preocúpate por lo que atesoras, porque de tu buen tesoro guardado allí, será lo que hablarás para vida, no para maldición tuya ni de nadie que te escuche. Recuerda que Dios no ha terminado contigo. Suscríbete a este blog y recibirás notificación cada vez que suba una nueva entrada. Reenvía el enlace de ésta reflexión a tus amigos y familiares. Deja tu comentario al final del blog. Abrazo fraterno para todos.
Pr. José Ángel Castilla
Amén. Amado guarda mi corazón de mi propia maldad, desnuda mi condición en tu presencia para que no quede nada que me pueda apartar de ti.