
Nuestra boca es un manantial del cual podemos hacer que broten aguas dulces o aguas de amargura. Tan cierto es esto que de esa misma fuente que bendice y alaba a Dios, también maldice a las demás personas. En aquella conversación de Jesús con Nicodemo respecto al nuevo nacimiento espiritual, queda claro que un día nacemos de medio acuoso al salir del vientre de nuestras madres y nacemos del Espíritu en nuestra conversión espiritual a Cristo Jesús. Entonces, una persona que ha nacido de nuevo, no debe prestar su lengua para maldecir, porque el Espíritu Santo habita en ella. Nuestro hablar debe darle la Gloria a Dios y honrarlo de forma constante. No deberíamos tener dos vocabularios, uno para usarlo en la Iglesia y otro tono diferente en la casa o en nuestro lugar de trabajo. De nuestra boca, no deberían brotar dos tipos de agua completamente antónimas. Es contradictorio hablar dulzura y amargura al mismo tiempo.

Las palabras de un hombre, son la revelación confiable de su carácter interior. Lo que decimos indica lo que somos. ¿Quién eres? La respuesta que digas, definirá la persona que eres. El apóstol Santiago, nos habla acerca de la sabiduría y no se refiere meramente, al conocimiento almacenado en nuestra cabeza. La verdadera sabiduría se refleja en nuestra buena conducta y también en la mansedumbre a la hora de hablar y comportarse. Hacer para ser vistos y llamar la atención de los demás, demuestra nuestra inmadurez y tampoco agrada a Dios. El que es entendido, mostrará su vida y buen testimonio a través de lo que dice y tambien por su buena conducta. Cuidate de lo que digas, eres manantial de aguas dulces, no amargas. Recuerda que Dios no ha terminado contigo. Suscríbete a éste blog y recibirás notificación en tu correo electrónico, cada vez que suba un nuevo artículo. Comparte el enlace de éste mensaje con tus amigos y familiares. Abrazo fraterno para todos y feliz inicio de semana.
Pr. José Ángel Castilla