Aprender cuesta y cuan fuertes aprendizajes en la vida, nos han costado tiempo, esfuerzo, bajar la cabeza, ser humildes para reconocer nuestros errores y muchas veces experimentar dolor en el alma. El precio de aprender, implica reconocer que no lo sabemos todo, aceptar que nos equivocamos y que no tenemos la última palabra. Para aprender nuevas lecciones de vida, a veces nos toca desaprender lo que creíamos era cierto. El conocimiento genuino no siempre se obtiene leyendo muchos libros; muchas veces el aprendizaje se forja en el fuego de la experiencia, en los momentos en los que dudamos y en aquellos fracasos que nos enseñan más que si obtuvieramos mil triunfos. El precio de no aprender, de quedarnos con lo que sabemos y no querer saber nada más y terminar repitiendo los mismos errores y vivir sin crecer, siempre será un precio más alto. Hoy te invito amado lector a aprender para ser transformados a la imagen de Cristo Jesús. Aunque el tirón del llamado de atención que recibiste te incomode o lo que escuchaste acerca de ti sea cierto o no, la incomodidad del aprendizaje nos libera.
Pablo el anterior pasaje, nos exhorta a vivir una vida digna del llamado que hemos recibido. Siendo Jesús nuestro mayor ejemplo para imitar, de él aprendemos de su humildad que aún siendo Dios, se humilló hasta ocupar el lugar más bajo haciéndose siervo y muriendo por amor. También de nuestro Señor imitamos de su mansedumbre, paciencia y amor. Nunca impuso Su poder, sino que trató a todos con ternura sin perder su firmeza y autoridad. Cristo soportó a sus discípulos, incluso en sus más grandes errores, todo por amor.
Pregúntate: ¿Estoy practicando la humildad y la paciencia?
Medita con el Señor y pídele que te enseñe a imitarlo cada día para que en las situaciones de la vida diaria podamos parecernos a él cada día. Recuerda que Dios no ha terminado contigo. Gracias a todos los corazones que fueron tocados con el apoyo de 7 dólares para el sostenimiento del blog. Si deseas sumarte puedes hacerlo en el número de Nequi: 3015450893. Dios te recompense.
Abrazo fraterno.
Pr. José Ángel Castilla
