Cuida tu corazón

El epicentro de nuestras emociones, voluntad y sentimientos, se ubica en el corazón. De hecho el significado del mismo es: Centro. Por eso el gran consejo que nos entrega la Palabra de hoy en proverbios, es a que lo guardemos por encima de cualquier otra cosa que pudiéramos guardar. En sí mismo el corazón es corrupto. Es el peor consejero que podamos tener. ¡No le hagas caso a lo que te dicte, porque también es engañoso! Nuestra vida espiritual se ubica allí. Las palabras que decimos, son el resultado de lo que allí habita. Creo fervientemente, que todo lo que alguien dice, es la consecuencia de lo que abunda en su corazón. De allí que todo lo que atesoremos en la vida, será perseguido y conquistado por él. De un árbol de mangos, es imposible que pueda fructificar piñas. Del corazón brota nuestra vida en ambos sentidos, el físico y también el espiritual. Estamos llamados entonces, a guardarlo. Fácilmente podemos dañarlo, contaminarlo y volverlo de piedra.

Las heridas no sanadas, los traumas emocionales, traiciones de todo tipo, el rechazo, la injusticia, el bulling, un divorcio, amar y no ser correspondido, entre muchas otras razones, pueden llegar a dañar el corazón. Es muy importante que evalúes en asocio con el Espíritu Santo, cuáles son las cosas que han ensuciado tu corazón. Quizás se inclinó la balanza y pesó más para ti el orgullo, la altivez, la mentira, los deseos de venganza y la falta de perdón. Por tal motivo, decidiste no continuar expresando el amor. Reconoce esas áreas dañadas de tu vida y renuncia a la consecuencia que ha dejado, el no tomar acciones para guardar el corazón, el cual es la morada del Señor. Que en tu balanza pese más el amor de Cristo y sea la medicina que sana y levanta tu sufrido corazón. Recuerda que Dios no ha terminado contigo. Suscríbete a este blog y recibirás notificación a tu correo electrónico, cada vez que suba una nueva entrada. Comenta y comparte con otros amigos y familiares el link de éste artículo. Deja tu comentario al final del blog. Abrazo fraterno para todos.

Pr. José Ángel Castilla

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