
En medio de los afanes de la vida, tendemos a perder de vista y olvidar las bendiciones que Dios nos ha dado. Nos enfocamos tanto en lo que nos hace falta, en lo que aún no alcanzamos, que podemos olvidar lo que por gracia divina el Señor nos ha entregado: una linda familia, un medio de sustento, estudiar una carrera o una maestría, una casa, un vehículo y demás bendiciones materiales; todo porque Dios ha sido bueno y misericordioso con nosotros. Por ello debemos cultivar un corazón agradecido para con el Señor y también con las personas que él ha usado para bendecirnos. Piensa por un momento amado lector, las muchas veces que Dios te ha sorprendido de forma inesperada y te ha hecho reconocer que sólo él conoce el secreto del corazón y tus necesidades más profundas. La gratitud no depende de las circunstancias. No se trata de dar gracias cuando todo va bien, sino de encontrar motivos para agradecer aún en medio de la tormenta más fuerte que podamos enfrentar.

El apóstol Pablo nos enseña que demos con gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con nosotros en Cristo Jesús. No dice “por todo”, sino “en todo”. Eso significa que, aun en el dolor, podemos descubrir la fidelidad de Dios. Si tu corazón es agradecido, reconocerás que cada día es un regalo, pero también una nueva oportunidad para ver la mano de Dios obrando tu favor. Cuando somos agradecidos, dejamos de ver la vida como un derecho y empezamos a verla como un regalo por Su gracia. Esto nos libra del orgullo y de la queja, y nos conecta más humildemente con Dios y con los demás. La gratitud tiene el poder de sanar relaciones y fortalecer nuestra fe. Una persona agradecida no se enfoca en lo que le falta, sino en lo que Dios ya hizo.
Hoy te invito a detenerte y preguntarte:
¿Qué tengo para agradecer hoy?
¿Qué milagros cotidianos he pasado por alto?
La vida no es perfecta, pero si tenemos a Dios, tendremos esperanza y donde hay esperanza, siempre habrá un nuevo motivo para agradecer. Recuerda que Dios no ha terminado contigo. Abrazo fraterno para todos.
Pr. José Ángel Castilla