
Juan, el “apóstol del amor”, en el pasaje de hoy, nos habla acerca de la confianza, la seguridad y la libertad de poder pedirle a Dios sin miedo alguno. Como creyentes debemos acercarnos a la presencia de Dios, con la completa certeza de que Él escucha nuestras oraciones. Pero existe una condición para obtener aquello que pedimos, y es: pedir conforme a su “perfecta voluntad”. Orar no se trata de pedir de forma egoísta o para el deleite y la satisfacción de nuestros propios deseos, sino que nuestras súplicas vayan alineadas a sus planes trazados para nosotros. También tenemos que tener presente, que como Dios siempre nos escucha, la respuesta a esas peticiones no siempre complacerá lo que deseamos. Podríamos hacer mil conjeturas para explicarnos el por qué no todo lo que pedimos a Dios, él nos lo concede. El Señor responde a todo lo que pedimos, en completa armonía y alineación con su voluntad perfecta. Entonces recibiremos respuestas tales como: “sí”, “no” y “espera”, pero SIEMPRE Dios hará LO MEJOR para nosotros.

Oremos entonces con total confianza y sin temor o duda, sino con la certeza que Dios es un tierno y amoroso Padre que nos escucha. Esas oraciones deben incluir siempre la expresión: “según su voluntad”. También cada palabra que brota de nuestros labios en oración deben estar inspiradas y soportadas con Su Palabra. Comienza a pedir más sabiduría, reconoce que has fallado y pide perdón y clama por fuerzas nuevas y que tu corazón responda con obediencia. La actitud post oración, debe ser la de descansar en que la respuesta de Dios, aunque no la entendamos, podemos estar seguros que Él responde para nuestro bien. La verdadera eficacia de la oración, no radica en los gritos o la fuerza de nuestras palabras, sino en la sintonía de lo que pedimos con la voluntad de Dios. Confiemos en que Dios es fiel y recuerda que aún él no ha terminado contigo. Abrazo fuerte para todos.
Pr. José Ángel Castilla