Antes de conquistar la tierra que Dios había prometido, se hacía necesario primeramente inspeccionarla. Doce espías regresaron luego de verla, pero lo que vieron y como se vieron a su mismos, nos trae entrega una poderosa lección sobre identidad, percepción y fe. Sólo diez de los doce enviados, entregan un informe negativo. Ellos decían: “Vimos allí gigantes, hijos de Anac, raza de gigantes; y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecíamos a ellos.” Cuan importante es la forma en la que nos vemos a nosotros mismos, porque de eso depende también el cómo enfrentamos nuestros desafíos.
Los espías no fueron derrotados por los gigantes, sino por su percepción de sí mismos. Se veían como langostas: pequeños, débiles, insignificantes. Esta autoimagen distorsionada, les robó el valor y nubló su fe, a pesar de que Dios ya les había prometido la victoria.

Nuestra percepción no puede sólo basarse en el temor que en la verdad. Dios había dicho que la tierra era de ellos, pero ellos vieron imposibilidad. El temor exageró la realidad. La fe se basa en lo que Dios dice; el temor se basa en lo que parece. Lo que creemos de nosotros mismos puede influir en cómo otros nos perciben. El pasaje de hoy nos dice: “así les parecíamos a ellos”. Los gigantes nunca hablaron ni emitieron su percepción respecto de los espías,  ellos asumieron que los enemigos los veían débiles. A veces proyectamos nuestra inseguridad y creemos que los demás piensan de nosotros conceptos errados que nosotros mismos nos hemos hecho. Por no confiar en Dios y tener una imagen derrotada, esa generación no entró en la tierra prometida. La percepción errada de sí mismos los hizo perder el propósito.

Pregúntate amado lector: ¿Cómo te estás viendo en este momento de tú vida?

¿Crees más en tus limitaciones que en las promesas de Dios?

¿Tu autoimagen se basa en el pasado, en el temor, o en la verdad de lo que Dios dice de tí?

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Recuerda que Dios no ha terminado contigo. Abrazo fraterno para todos.

Pr. José Ángel Castilla