Cuando atravesaba mis años adolescentes, pasé por momentos en los que pensaba que nada de lo que hacía valía. Mi baja estima iba en aumento, hasta que llegué a los pies de Jesús y le entregué mi vida. Me sentí tan valioso porque pude experimentar su amor. Sólo el Señor nos da el valor que la sociedad no nos puede entregar. La presión social nos dice que debemos hacer más, tener más y ser más para poder valer algo. La Palabra de Dios nos enseña otra cosa: “Nuestro valor no depende de lo que hemos hecho o de lo que podamos hacer un día. Nuestro valor nos lo entrega nuestro Dios que nos formó y amó desde el principio”. Fuimos creados a imagen de Dios, es decir, llevamos Su huella en nuestro ser. Somos valiosos porque fuimos hechos por Aquel que creó el universo, a nos hizo conforme a su semejanza. Jesús afirmó nuestro valor de manera profunda. Nos enseñó: “¿No se venden dos pajarillos por una monedita?” Y luego expresa: “Ni uno de ellos caerá a tierra sin que lo permita nuestro Padre eterno, no tengan miedo; porque ustedes valen más que muchos pajarillos.” A los ojos del mundo, podemos llegar a sentirnos muy pequeños e insignificantes.
Alguna persona nos ha podido olvidar y considerar poca cosa, pero Dios no nos olvida amado lector. Él nos recuerda hoy, el gran amor con el que fuimos creados y como tal no llama también: Tesoros preciosos. Por amor, envió a Su amado Hijo Jesucristo para rescatarnos del pecado. Nadie da la vida por algo sin valor. Cristo murió por nosotros y somos inmensamente valiosos para el Padre. No necesitamos entonces, esforzarnos por ganarnos el amor de Dios, porque ya lo tenemos. No se trata de méritos ni de logros, se trata de Su gracia. Cuando comprendemos esa gran verdad, nos comenzamos a ver como Dios nos ve: amados, escogidos, perdonados y valiosos. Hoy te animo a que te mires a través de los ojos de Dios. Rechaza toda mentira del enemigo que te haga creer y sentirte indigno. Recuerda que Dios no ha terminado contigo y tu valor fue sellado en la cruz, y nada ni nadie podrá quitártelo.
Abrazo fraterno para todos.
Pr. José Ángel Castilla
