
Desde la antigüedad, los aromas han tenido un significado especial en la Biblia. El Señor dió instrucciones para que se ofrecieran incienso y sacrificios de olor grato en el tabernáculo y en el templo. Esas esencias perfumadas, simbolizaban la adoración y las oraciones del pueblo elevándose ante el trono celestial. Más allá de lo físico, el apóstol Pablo nos enseña que como creyentes, llevamos un aroma espiritual y es el olor de Cristo. Esto quiere decir, que nuestras vidas reflejan Su dulce y grata presencia. Si tomas nota de los perfumes finos, su agradable aroma, impregna el ambiente en donde habitan quienes lo perciben. Así mismo, en nuestra manera de vivir, hablar y actuar, se debe esparcir la fragancia de Cristo en este mundo. La diferencia entre un aroma agradable y un hedor insoportable está en su fuente. El pecado genera olor a muerte, pero la vida en Cristo produce un olor de vida que transforma el ambiente e impacta el corazón de quien lo percibe. Cuando permitimos que el Espíritu Santo trabaje en nosotros, nos convertimos en portadores de Su fragancia.

Para desprender el olor de Cristo en nuestras vidas, necesitamos rendirnos completamente a él en adoración y llevar una vida de santidad.
El incienso se quemaba en un altar, así mismo, nuestra vida debe ser un sacrificio vivo y agradable para Dios. Una adoración genuina, es un perfume que agrada al Señor. También el amor y el servicio a los demás, es otra forma de emanar el olor del Señor, a través de nuestras buenas obras. Ayudar y ser solícito con quién lo necesita, es una forma de mostrar misericordia. Amar a las personas como Él las amó, marca un antes y un después en la vida de los demás. Ten presente obedecer al Señor y recuerda que: Dios no ha terminado contigo.
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Abrazo fuerte para todos.
Pr. José Ángel Castilla
Una respuesta
Amén ! Gracias Sr por tu palabra que me enseña a crecer en ti