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Jesús no subió al monte para alejarse de las multitudes. Estaba con sus recién elegidos discípulos y mucha gente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón, que habían venido para oírle, y ser sanados de sus enfermedades. Jesús no enseñó dos doctrinas: Una para muchos y otra para pocos. Su sermón fue uno para todos. Él se sentó a enseñar y la gente permaneció en pie, tal y como era usual entre los maestros de las sinagogas. La única diferencia, era que esta vez no estaban encerrados, sino en un lugar abierto. Y éste era el fin a donde el Señor quería que llegara su mensaje: PARA TODOS. En el Sermón del monte, Jesús nos dice cómo vivir. Algunos estudiosos dicen que si condensan las enseñanzas de la filosofía y la sicologia, nos quedaríamos con una pobre imitación de éste poderoso mensaje de Jesús. El Sermón del monte es una “Declaración del reino”, ya que presenta una agenda radicalmente diferente, de lo que la nación de Israel esperaba del Mesías.
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El Sermón del monte, no presenta las bendiciones políticas o materiales del reinado del Mesías, sino que expresa las implicaciones espirituales de Jesús en nuestras vidas. Los pobres en espíritu son aquellas personas pecaminosas y rebeldes, carentes de toda virtud moral, como para acercarse a Dios. Un “pobre espiritual”, reconoce que no tiene “bienes” espirituales, porque cayó en bancarrota espiritual. Son semejantes a mendigos que anhelan recibir en sus manos, lo que sea para poder comer o vivir. Ese pobre , es alguien que perdió la esperanza, que no exige ni pretende nada. A esos “pobres de espíritu”, Jesús les llama: BIENAVENTURADOS. Esta primera bienaventuranza es el Génesis de nuestra vida espiritual. Es como subir una escalera, la cual inicia en un primer escalón, el cual se encuentra en el suelo para poder llegar arriba. Esta hermosa Palabra nos recuerda, que sin Cristo no somos nada. Renuncia a toda rebeldía y cualquier otro pecado que te recuerde el Señor, mientras lees este artículo.
Ten misericordia y paciencia de aquellos pobres en espíritu cercanos a ti, para que el amor infinito de Dios les alcance y nosotros seamos usados como luz en medio de su oscuridad espiritual. Rendirse genuinamente a Cristo, nos regala un lugar en la eternidad. Recuerda que Dios no ha terminado contigo. Abrazo fraterno para todos.
Pr. José Ángel Castilla