Había muerto Moisés y ahora su cercano discípulo Josué, necesitaba secarse las lágrimas y dejar atrás el dolor por la pérdida de su líder y mentor, para poder asumir con esfuerzo y valentía, el reto que Dios le estaba entregando. Debía cruzar el Jordán y conquistar la tierra que el Señor había prometido a sus antepasados.