
Tener un corazón agradecido, es la consecuencia de sentir plenitud, porque Dios le ha dado por gracia todo lo que tiene. La gratitud va más allá que un simple sentir en el corazón, es un arma poderosa que lo acerca a la voluntad perfecta de Dios. Cada vez que agradecemos en tiempos de “vacas gordas”, reconocemos que todo lo bueno que hemos recibido viene de su providencia. Pero dar gracias cuando atraviesas un momento de “vacas flacas”, ésto indiscutiblemente abre los cielos frente a nuestros ojos. El pueblo de Israel se portó muy mal durante el camino de desierto. Murmuraron y se quejaron, y ésto frenó el mover de Dios. Dos grandes hombres como lo fueron Josué y Caleb hablaron bien y dieron excelentes reportes de lo que habían visto al inspeccionar la tierra prometida. La fe y la gratitud, los llevó a entrar en la tierra de la promesa. Ser agradecido con Dios y frente a lo adverso que podamos estar viviendo, nos reenfoca. Dejamos de ver lo negativo y hostil por aquello que Dios nos prometió.

Aunque la respuesta tarde, SIEMPRE DEBEMOS ESPERAR SIN RENEGAR. Otra enseñanza acerca de la gratitud nos la dio Jesús, cuando se encontraba frente a la tumba de Lázaro, poco tiempo antes de resucitarlo. Él levantó sus ojos al cielo y dijo: Padre, gracias te doy por haberme oído. La recompensa a esa oración de gratitud fue la resurrección de su gran amigo Lázaro. La gratitud, amado lector, abre los cielos y activa lo sobrenatural. Si siempre vives enfocado en lo que te falta, nunca alcanzarás lo nuevo que Dios tiene para ti. Ser agradecido nos abre las puertas para ver lo imposible hacerse posible. En cambio la queja y la ingratitud, te ata a lo terrenal y te roba la paz. No te quejes más, no te compares con otros y sana tu corazón de resentimientos. Cuando agradecemos, declaramos que Dios es soberano y nada se le escapa de las manos. La derrota y el desánimo, él lo convierte en victoria y esperanza. Agradece cada día y nunca olvides que Dios no ha terminado contigo. Abrazo fuerte para todos.
Pr. José Ángel Castilla