
Pablo escribe a su amado hijo espiritual Timoteo en tiempos difíciles de persecución y fuerte presión que buscaba apagar el fervor de la iglesia de ese tiempo. El mensaje era claro y contundente: Aviva el fuego del don de Dios. Hoy día el mensaje sigue vivo y vigente para nosotros y es comprender que la llama de amor y pasión por Dios, necesita alimento constante. Brasas que mantengan ardiente la combustión. El fuego necesita de oración, ayuno, momentos de adoración y nuestra obediencia a la Palabra de Dios. Esos elementos son brasas que avivarán la llama. No permitamos que el enemigo de nuestras almas, apague nuestra fe a través del desánimo, cansancio y mantenernos distraídos. Necesitamos levantarnos y ser valientes, pues Dios no nos dio un espíritu de cobardía, sino de poder para vencer, amor para perdonar y dominio propio para perseverar. Avivar el fuego nace en nuestro altar personal de oración, en donde el Espíritu Santo encienda pasión ardiente que nos transforme el corazón y nos permita impactar la vida de otros.

Hoy amado lector, te desafío a no conformarte con una fe apagada ni la misma vida espiritual rutinaria de siempre. Avivar el fuego es de determinación y es una decisión que implica hábitos. Si oras házlo con fervor, si vas a adorar, que sea con el corazón. No necesitas que todo marche bien, que las circunstancias adversas saquen todo el amor y la devoción que hay en tu corazón por Dios. Si tus decisiones se basan en obedecer la Palabra de Dios, estás echando más leña al fuego que arde en ti. Rechaza la tibieza, cierra las puertas a las distracciones del enemigo, y así mantendrás la llama de tu altar avivada. No te muevas por emociones en tu caminar espiritual. No fluctues, que tú sí sea un sí y ten siempre presente, que somos guiados por el Espíritu Santo. Si tu relación con Dios está alimentada, te conviertes en un faro que enciende a otros. El fuego que avivas en tu intimidad, jamás se queda en secreto; se desbordará y encenderá a quienes te rodean. Recuerda que Dios no ha terminado contigo. Abrazo fuerte para todos.
Pr. José Ángel Castilla