
Existen batallas espirituales que no se pueden librar en nuestras fuerzas físicas. No bastan las palabras o los argumentos, porque son batallas en el invisible mundo espiritual. Indiscutiblemente, nadie quiere que vivir situaciones injustas o que se levanten en su contra. Quien caminaba a tu lado un día te abandona, porque piensa diferente a ti o emprende un nuevo proyecto de vida, del que tú ya no haces parte. Quizás has deseado que tu familia crea y camine de la mano de Dios, pero continuan apartados y haciendo cosas que le desagradan. A nivel laboral, ves que las cosas no te salen como esperabas y terminan recibiendo oportunidades y ascensos, aquellos que han hecho menos méritos que tú. Todas éstas anteriores situaciones, pueden sacar de nosotros frustraciones sin fin, que debemos llevar a los pies del Señor. Dejemos de luchar en nuestras propias fuerzas y descansemos en los brazos de Dios. No es necesario que gastemos nuestras fuerzas en demostrar que tenemos la razón o defendernos frente a situaciones de oposición, porque será Dios mismo quien pelee por nosotros. Aunque no entendamos el por qué de la adversidad o la oposición, nuestra batalla no es contra carne ni sangre, sino contra las tinieblas que buscan hurtar nuestra paz y apagarnos la fe.

Atravesar el gran desafío de un mar por delante y un poderoso ejército detrás de ellos, llevó a Moisés a decirle al pueblo lleno de temor, que Dios pelearía por ellos. Los egipcios que les oprimían y humillaban, no volverían a verlos nunca más. Cuando vivas incomprensión e injusticia amado lector, donde escuches palabras que duelen más que los golpes, será el Espíritu Santo quien te consuele y guíe en medio del mar de lo desconocido. El Señor te sostendrá para que no caigas en la amargura, te fortalecerá, y llenará de sabiduría para responder con las palabras adecuadas, sin ira ni salido de control. La opinión de los demás no define nuestro destino. Será la voz de Dios la que afirme nuestros pasos. Faraón quedó atrás derrotado, Dios es tu defensor, que no se turbe tu corazón; cree ciegamente en su poder. Recuerda que el Señor no ha terminado contigo. Abrazo fraterno para todos.
Pr. José Ángel Castilla