La gratitud a Dios es mucho más que una respuesta emocional; es una actitud del corazón que transforma la manera en que vemos la vida. En un mundo lleno de retos y circunstancias, la gratitud nos recuerda que, a pesar de las dificultades que sorteamos a diario, tenemos que encontrar siempre razones para alabar a nuestro Dios.
La gratitud comienza con el reconocimiento de su soberanía y bondad. Debemos entender que todo lo bueno que tenemos proviene de Dios. Agradecer cada día, es reconocer que no estamos sólos, porque su mano nos guía y sostiene nuestras vidas. Cada vez que damos gracias, aún en medio del dolor o la incertidumbre, dejamos de enfocarnos en lo que nos falta y comenzamos a ver lo que tenemos. A veces nos acostumbramos tanto a lo que un día Dios nos dió, que se nos olvida continuar agradeciendo por su fidelidad al darnoslo. Agradecer no significa negar el sufrimiento, sino rendirnos completamente a Dios con toda confianza, sabiendo que Él tiene un propósito mayor.
Ser agradecido amado lector, nos hace cultivar una relación más profunda con Dios. La gratitud fortalece nuestra comunión y nos acerca a su presencia, nos llena de paz y nos anima a no angustiarnos, sino a presentar nuestras peticiones con “acción de gracias”, sabiendo que la promesa de darnos su paz, guardará nuestros corazones y pensamientos en Cristo Jesús. La gratitud a Dios no depende de las circunstancias, sino de nuestra decisión diaria de confiar y reconocer su fidelidad. Al agradecer cada día, abrimos nuestra vida a una mayor plenitud, propósito y paz. En todo momento agradezcamos, aún en lo más sencillo, recordemos decir siempre: “Gracias, Señor.” Recuerda querido lector, que Dios no ha terminado contigo. Abrazo fraterno para todos.
Pr. José Ángel Castilla
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